jueves, agosto 03, 2006

Almas de algodón y hormigón.

En el interior de cada uno de nosotros reside una esencia que da forma y vida a todo lo que hacemos. Es nuestro yo más interno, más personal, más íntimo y, muchas veces, más secreto. Parece lógico custodiar información tan importante en un búnker con puertas de alta seguridad, o en una bañera de ácido sulfúrico que elimine cualquier rastro de los mapas que guían hacia nuestro talón de Aquiles. Pero, incoherencias del ser humano, a veces les ponemos un cartel luminoso que pone de manifiesto un universo interior que no teme ser publicado.

La llave que abre la puerta de piedra es nuestra y nosotros decidimos a quién le concedemos paso al interior de nuestro corazón. ¿Riesgo? No hay más que nuestro temor a que algo se rompa, a quedar desnudos frente a los ojos de otra persona o ver cómo algo ha sido robado y expuesto a un público no deseado.

Proteger esos pergaminos tras siete muros de hormigón de siete metros de espesor para una medida acertada. Nadie llegará a ellos, nadie podrá entrar. Pero tú tampoco podrás salir. ¿Merece la pena vivir la soledad flanqueda por superficies grises, tristes y frías que conforman una cárcel que nos protege de amores y odios del exterior? No habrá dolor, no habrá amor. Dicha fortificación bien merecería ser coronada por un cartel que recogiese el ideal de su único ocupante: La felicidad del monólogo eterno y de la autorelación instatisfactoria.

¿Qué riesgo se corre, en cambio, al abrir las puertas de nuestro mundo interior al primer peregrino que pasa por nuestra puerta? Pecando de ingenuidad, podemos haber dejado a un ladrón de almas entrar en nuestros aposentos y de buena gana sacará el máximo partido a todo aquello que encuentre.

Quizás el secreto sea mostrar a los que más queremos aquello que realmente nos hace feliz o nos entristece en extremo. ¿Es ésa la piedra angular sobre la que construir nuestra felicidad y edificar nuestras amistades?

BTS

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

(Por "alusiones".) Obviamente, no se trata de publicar en el diario de mayor tirada nuestro mapa del tesoro. Pero, con los años, te das cuenta de lo poco originales que somos los seres humanos. Nuestros sentimientos, nuestras experiencias, nunca son únicos; tan sólo es única e irrepetible la "combinación", la "secuencia" que nos ha trazado como personas.

Abrir el corazón de par en par tiene doble efecto: por una parte, mostrar al otro que vas desarmado, que confías en su buena intención y, por otra, proporcionarle una información que le puede ser útil para descifrar su propio "yo".

La reacción del "contrario" puede ser muy variopinta, desde la confesión recíproca ("quid pro quo") hasta el rechazo, algo que sucede cuando el otro se siente paradójicamente "invadido" por nuestra intimidad o se cree interrogado de manera indirecta y le aterra no poder estar a la "altura".

Curiosamente pues, el riesgo de abrir la puerta de piedra y mostrarnos desnudos no radica tanto en la posibilidad de que alguien utilice esa información para herirnos, sino en la de que nuestra desnudez pueda ofender al otro y le lleve a retraerse en su concha de caracol (no hay dos personas que pongan en el mismo punto la frontera a su mundo interior). Las heridas del primer tipo nos curten y fortalecen a largo plazo; las del segundo son más amargas, pues llevan el sello de las ocasiones perdidas.

6:24 p. m.  

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