lunes, mayo 22, 2006

Seamos finos, llamémosle “closet”.

Un armario tiene la función básica de guardar cosas. Y en el sustantivo “cosas” entra un amplio espectro de elementos: ropa en general o el amante sin el más mínimo rastro de ella, trastos viejos o viejos jugando al escondite con sus nietos, esos zapatos que ya nunca te pondrás o el abrigo que llevarías hasta a la playa.

Puedes jugar al escondite con el tío que te puede cascar por haberle echado un polvo a la persona equivocada en el momento inapropiado, con un chavalín que se aburrirá de buscar a su yayo y le dejará criando malvas en la oscuridad del ropero, o también con la sociedad en general.

Cada uno vive su sexualidad como puede, quiere o le dejan. Y así usa este metafórico mueble a su antojo. Los hay que no lo usan nunca, bien porque salieron del mismo nada más nacer (“¡Enfermero! ¡Guapoooo!”) o porque a lo largo de su vida decidieron que hacía mucho calor ahí dentro y que fuera se respiraba un aire menos viciado. Otros se quedarán eternamente vigilando que las perchas no se escapen, que con lo caras que están casi faltan ojos para el guardia del ropero. Y para un tercer tipo de gente es un interminable capítulo de Coco en Barrio Sésamo: “ahora estoy dentro”, “ahora estoy fuera”, “dentro”, “fuera”,… según el momento, la gente y mil alineaciones planetarias posibles.

En definitiva, salgas o entres, en busca de aire o de un cuerpo bonito, lo importante es respetar a los que se quedan dentro. Total, allí hace más calorcito y como el roce hace el cariño, es probable que vayan saliendo a pares…

BTS

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