sábado, mayo 27, 2006

A la gran desconocida.
A esa amiga olvidada.

La paciencia es ese rico pasto que cuando debes cultivar, te niegas a sembrar. El nerviosismo te recorre y miles de razones se apilan a uno y otro lado de la balanza. Algunas de ellas, esquivas chaqueteras, van mudando de bandera como en el día a día tú te cambias (espero) de ropa interior.

Si bien es cierto que conoces las ventajas de saber esperar, de adecuar cada situación a su momento, el niño insolente y caprichoso de tu interior se niega a claudicar. Enfadado ante la posibilidad de quedarse sin el preciado caramelo, propina una patada a un candelabro que, sin querer, convierte las cortinas del salón en una falla improvisada.

Este nuevo subidón interno de temperatura reaviva sentimientos aletargados y el choque de vientos cálidos y fríos origina un pequeño huracán en nuestro interior. El fuego puede crecer o apagarse por momentos, pero estos vientos nos descolocan de nuestro centro de equilibrio, desvirtuando nuestro actuar.

Pensar en cómo evadir la idea que te impacienta no funcionará. Es equivalente a que te diga que no pienses en un coche rojo, puesto que automáticamente te imaginas un automóvil bermellón. La única solución está en buscar algo que te desahogue y te evada totalmente. Aplasta tu inquietud entre las páginas de un libro, ahógala en el café de un amigo, piérdela en una sala de cine, machácala a saltar en un concierto o pégala a un avión de papel y lánzalo por la ventana. Pero, por el amor de dios, ¡haz algo!

BTS

 Bitacoras.com