sábado, agosto 26, 2006

¿Quién tiene unos dados?

¿Quién los necesita?

Podemos lanzarlos al aire y dejar que sean ellos el motor de nuestra vida, o bien podemos regalárselos a aquél que quiera hacer de la suya una ruleta rusa. De un modo u otro queda claro que la vida cambia (a veces sin pedir permiso) y sólo nosotros podemos tomar las riendas de lo que sucede a nuestro alrededor para dar sentido a lo aparentemente caótico.

Si empezamos hablando de unos dados, seguro es que habrá un tablero (o al menos un simple tapete). Uno o un millón. Cada uno con sus propias reglas, atajos, tarjetas y fichas. ¿Fichas? Piezas, sí, somos piezas... pero no sé de qué juego.

Me niego a ser ficha de parchís, aplastada y corriendo siempre a su casa. Las de las damas no lo tienen mucho mejor, pues aunque tienen aspiración a ser algo en la vida (una dama, ya ves tú), no saben volver la vista atrás para ver de dónde vinieron. El ajedrez es lo más parecido a una batalla entre el KKK y una tribu del Congo, ¿por qué no se sientan a arreglar sus diferencias? Pues esta ficha le hace un corte de manga a los dados, se sale del tablero y elige no saltar de oca en oca, sino comérselas cuando tenga hambre. Pasa de moverse sólo hacia adelante y en diagonal, se calza las botas de siete leguas y se va de viaje donde más le apetezca. No hace distinciones entre colores de las fichas y se va de cañas con todas, contando más de cuarenta por cada ronda de chupitos. Y nunca gritará Bingo!, pues prefiere lanzar un alto y sonoro Yihaaa! al viento cuando sienta que la adrenalina se lanza en atropellada carrera por sus venas.

BTS
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