domingo, septiembre 10, 2006

A un viejo amigo, un abuelo inolvidable.

Buscando una respuesta a la pregunta nunca formulada, encontré una mirada escondida en una gota de lluvia. Yo era árbol joven cuando nos conocimos, pero con muchas ganas de lanzar hojas doradas al viento otoñal. Ella cayó, se acurrucó en una de mis ramas, y yo sorprendido la acuné por diez años. Ha sobrevivido a vientos, heladas y altas temperaturas, ha visto como mil hermanas suyas pasaban a su lado y ha rechazado abandonar el sitio en el que actualmente se aloja por seguir su camino natural. Podría haberse perdido entre los juegos del torrente de agua de un río, o haber alimentado las raíces de otro árbol... o haber formado parte de una épica historia naútica, que seguro le hubiese encantado.
Lo cierto es que durante este tiempo, nos hemos susurrado mil historias al oído y hemos visto cruzar el sol de este a oeste más de mil veces compartiendo una anécdota interesante. El tiempo pasa y muchas cosas cambian, pero todas ellas no son más que ridículos matices que no empañan una amistad como la nuestra.
BTS

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Aquí está. Una diminuta semiesfera casi perfecta, silenciosa. La luz que la alcanza se rompe en mil colores sobre su superficie lisa, aterciopelada y vacilante. Aquí está. Pequeña y gigante; en su interior está todo el universo. Todo el universo se refleja como concentrado en ella: las paredes curvas de la habitación, la ventana, mi propio rostro extraño y deforme, casi grotesco. Ahora se estremece, parece retroceder y tratar de huir. Tiembla bajo mi aliento y oscila, y con ella oscila todo el universo en el que está inmersa y que está inmerso en ella. No me atrevo a tocarla. Sé que si lo hago estallará como un globo, aplastada bajo mi dedo. Es tan débil que acariciarla sería disolver su cuerpo redondo, romperlo, convertir ese pequeño mundo en una capa brillante, transparente como ella. No. Seguirá siendo una colina en la llanura de la mesa. Seguirá conservando esa membrana tensa y vibrante; continuará mirándome como un ojo de cristal y mi imagen se deslizará extraña y deforme - tal vez real -, hasta perderse en su borde afilado. ¿Qué ocurre allí? Allí, donde todas las imágenes se alargan, desapareciendo. Quizás penetren entonces en lo más profundo y se guarden allí, húmedas y perennes. Y sólo podré verlas cuando las mire desde arriba, cuando mi aliento las haga oscilar y mezclarse.

Aquí está. Como una lenteja de cualquier color. Transparente y pequeña; tal vez viva más lentamente que yo y tal vez escriba en su interior líquido mi historia, en esas entrañas que pueden haber pertenecido a una flor, a un mar o a mí mismo.

Ahora es más pequeña. Retrocede a su alrededor, vibra, tiembla, retrocede. Quiere desaparecer tal como llegó, silenciosa y esférica. Sola en la llanura de la mesa. Solo yo ante ella. Solos en dos mundos diferentes y alguno de los dos, real.

Y muere. Se contrae por última vez y salta. Desaparece llevando consigo todo el universo que reflejó y tuvo dentro por unos minutos. Esparce en el aire ese resumen de todas las imágenes, de todos los colores que oscilaban con ella. Se evapora y derrama como un gas todos los recuerdos que algún día lloverán de nuevo, esparcidos en miles de gotas de agua como la que ahora se los llevó.

[Escribí este "Poema para una gota de agua" hace mucho tiempo, cuando era también un árbol joven deseoso de lanzar hojas doradas al viento. Lo he puesto aquí en nombre de esa mirada que lleva junto a ti tantos años y que tal vez no se decida a dejar su rastro en este blog.]

9:08 a. m.  

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